domingo, 25 de octubre de 2020

LAREDO Cantabria - España

 Acantilados de El Secar, El Aila y La Lastra con la Cala de El Secar, Playa de El Aila y la playa de la Soledad en el Túnel de Laredo.


Con la llegada de los sures en mi paseo por la playa me he encontrado con una inmensidad de caloca que me ha llevado a recordar mi niñez cuando azotaban los primeros temporales de otoño e invierno y aparecía gran parte de la playa teñida de rojo con un intenso olor a mar o más bien a marisco.

Estas algas conocidas en Cantabria como Caloca, son del género  Gelidium de color rojizo y con una longitud  máxima  de 25 centímetros  y forman praderas o campos bajo la mar. Necesitan luz solar y oxígeno para su crecimiento y supervivencia por lo que no superan los 25 metros de profundidad y sirven a las especies marinas como alimento y refugio.

Cuando yo era niño recuerdo que se apilaban en montones y los cargaban en mesetas (carros) tirados por caballos. De allí se transportaban por el puerto de los Tornos hasta los campos de Castilla para esparcirla y secarla ya que el agua de lluvia la fermenta y pudre.

También se utilizaba como abono en el campo. Esta forma de recogida se llama arribazán que es la que llega a la costa por desprendimiento de las rocas de forma natural por los temporales. Otra forma de extracción es con embarcaciones y buzos para arrancarla. Esta Segunda forma de explotación ha sido legalizada y autorizada con sistemas de posicionamientos AIS en las embarcaciones y la inmersión de los buzos para el arranque de la gelidium para su explotación entre julio y septiembre .

Tiene una media de vida de tres o cuatro años y al secarla pierde una tercera parte de su peso. Su precio es de 1,5 €/kg seca, pero si esta mojada baja a 0,14 céntimos por kilo.

Al procesarla se extrae el Agar ( del malayo Agar-Agar que significa jalea). Los chinos y japoneses llevan siglos utilizándola para alimentación por sus propiedades gelificantes. Es utilizada en productos alimenticios y normalmente aparece en las etiquetas con el sobrenombre de E-406 para pastelería , alimentos enlatados, dietética , bebidas, dulces, salsas y mermeladas.

También es utilizada como medio de cultivo bacteriológico, en diagnósticos clínicos e investigaciones microbiológicas. Y en biotecnología en empresas farmacéuticas como excipiente en pastillas, tabletas, jarabes… y la gelatina que produce se utiliza en los moldes de las prótesis dentales.

En la cocina de vanguardia fue  Ferrán Adriá y el equipo de el Bulli quienes en 1998 crearon algo impensable una gelatina caliente, ya que las condiciones químicas para su creación como gelatina es solidificarse con el frío y ser líquida con el calor. Este plato fue el denominado “Sorbete de Roquefort con gelatina caliente de manzana”.


La playa de El Aila, situada entre los acantilados de El Secar y los de la Lastra, tiene un acceso final difícil por un sendero muy estrecho y bajada por terreno de yeso que al estar mojado patina mucho y puedes precipitarte a las rocas que están al final, es de agradecer los hierros y cuerdas  puestos para que sea más fácil su acceso.  Solo se puede bajar cuando está la marea en bajamar, procurar que sea con un gran coeficiente para mayor tranquilidad y en un día sin tormentas, pues es una playa peligrosa y todos los cuidados son pocos, ya que no hay vigilancia y está en mar abierto.

Es de gran interés geológico toda esta zona de Acantilados, El Secar, El Aila y La Lastra.

 En esta pequeña playa arenosa de El Aila podemos ver Flysch, que son facies rocosas de origen sedimentario compuestas por alternancia de capas de rocas duras cohesivas (calizas, pizarras o areniscas) intercaladas con otras rocas más blandas friables (margas o lutitas).

Donde hay estratos más duros se forman los cabos y donde están los más blandos, más fácilmente erosionables, se forman las pequeñas playas como ésta y la Cala del Secar.

Hacia el oeste, está el monte de la Atalaya que es un cono de cenizas redondo totalmente erosionado, derruido, que se formó durante el Triásico Superior, siendo la roca dominante la dolerita o diabasa. 

Entre la Atalaya y la playa del Aila están los acantilados del Secar con su pequeña Cala, pudiendo acceder  por otro lado con pendiente rocosa  y que se cubre rápidamente con la marea dejándote aislado sin poder salir a tierra firme. Sugiero: ir  en bajamar, sobretodo teniendo un gran coeficiente, día bueno y controlando la marea, los sustos son muy peligrosos ahí.

 Hacia el otro lado, al este de la playa de El Aila, lugar pedregoso, están los acantilados de la Lastra, sitio muy apreciado y conocido por los profesionales de minerales ya que en esta zona se encuentra un importante yacimiento, donde además de mucho yeso en diferentes colores (blanco, negro, verde, rojo), hay minerales como  azufre, calcita, aragonito, jacintos, celestina.

La celestina y la calcita están presentes en geodas transparentes, blancas, azules.  

Se pueden ver grandes cantidades de azufre en filones y vetas, también con cristales de calcita y celestina y se han localizado cubos de pirita, hay abundantes geodas de azufre con un intenso color a limón, aunque las margas de la orilla del mar aparecen de un amarillo verdoso por estar en contacto con el agua y tener  inclusiones.

Con esto solamente quiero divulgar una pequeña parte del atractivo de mi Villa, que conocí desde niño y que hoy en día gran parte de mis vecinos no conocen in situ, y de paso a todo enamorado de la naturaleza, quisiera recordar que su extracción no es recomendable salvo si eres profesional, ya que es muy difícil reconocer las geodas, sacarlas y abrirlas, además de que se requieren utensilios adecuados; jamás me atreví a picar una roca, por mi ignorancia geológica, por lo cual no tengo fotos personales de los minerales aunque sí los he visto, he sido ayudado por una geóloga laredana.  








                                               LA JOYA ESCONDIDA DEL CANTÁBRICO 

La Cala de El Secar, es el sitio más resguardado y oculto del Paraíso de la Costa Esmeralda, aparece una o dos veces al día durante unas horas y podemos disfrutar del  hueco que hay entre dos peñascos como los muslos del Acantilado del Secar.

Este rincón inigualable nos permite disfrutar de nuestra imaginación y transportarnos, ayudados por su paisaje y soledad a lugares increíbles,  en este mar Cantábrico tan bravo, puro y peligroso.

Su acceso está oculto y es medianamente peligroso.  Se  puede llegar por la Puebla Vieja de la Villa, dirigiéndonos hacia la puerta de la Virgen Blanca (siglo XIII), pasando por la Guardería y siguiendo el camino hacia el Secar.

Encontraremos una travesía  con una pequeña subida a la izquierda por la cual iremos en dirección al monte volcánico de la Atalaya, pues siguiendo el camino recto nos llevaría a Valverde.

Subiendo por el sendero empedrado vemos a la izquierda los poquísimos  restos de las ruinas de los  muros del Castillo y la Ermita de San Nicolás, donde hubo un beaterio de monjas recoletas  hasta final del siglo XVIII. Su destrucción fue en los combates contra los franceses a principios del siglo XIX.  

Al  llegar a unos prados y ver el mar, observamos un pequeño sendero natural, hecho por  pisadas sobre la tierra que baja hacia la mar, seguimos y al final nos encontramos en el acantilado unas rocas con poca pendiente por el precipicio, que las pasaremos paralelo a la costa durante unos metros y al final bajaremos a la Cala de El Secar.

Este Barrio de El Secar está formado por casas dispersas, huertas y prados siendo así  un núcleo agro-ganadero en el corazón de la Villa laredana.

Antes de ir hay que mirar las tablas de mareas, procurar que sea un gran coeficiente de marea en bajamar y estar muy atentos a la subida del agua, ya que es una cala muy peligrosa con temporal, la mar azota sus olas con gran violencia, hay que buscar el  día que esté la mar muy tranquila y apacible.

Al este de la Cala del Secar, separada por unas grandes rocas nos encontramos con la Playa de El Aila y al oeste podemos ver los restos de el Puerto de la Soledad y la salida al Túnel de Laredo con una pequeña playa de piedras con arena oscura y gruesa que suele cubrir la pleamar.




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